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22/01/2025

El jugador que “era mejor que Messi” en las inferiores de Newell’s y terminó odiando el fútbol: la historia de Billy Rodas

Fuente: telam

Hoy cumple 39 años. Debutó haciendo un gol a los 16 en la Primera de Newell’s y brilló en las juveniles de la Selección, pero con el tiempo se distanció de la pelota

>Gustavo fue el tercero de cuatro hermanos que se criaron en Barrio Nuevo, contiguo a Barrio La Boca y Villa Banana, humilde sector de la Zona Oeste de Rosario. Es una de las ubicaciones más marginales de la ciudad santafesina y fue estigmatizada como nido de la droga y delincuencia. Y eso que durante su niñez no se oía hablar del narcotráfico como ahora.

En aquellos tiempos, las categorías menores de la Lepra tenían un 10 en cada equipo que daba que hablar: Gustavo Rodas en la 86, Lionel Messi en la 87 y Mauro Formica en la 88. De los tres, el que más potencial tenía era el Billy, según cuentan. Allí fue dirigido por El Billy no tenía maldad, pero el barrio le había despertado una picardía singular para la niñez. El dinero en su casa no sobraba, aunque con su habilidad se las ingeniaba para ganarse la moneda para la gaseosa después de los partidos. Le apostaba al técnico que iban a ganar gracias a él. Cumplía y disfrutaba del refresco en el tercer tiempo. Goles de derecha y de zurda. Gambetas endiabladas y arranques explosivos. Llevaba el potrero puro de Barrio Nuevo, La Boca y Villa Banana como estandarte. Dio el salto lógico de cancha de 7 a 11 y empezó a cautivar en las inferiores leprosas.

La vida del morenito menudo se volvió tan vertiginosa como su estilo de juego. Enganche con la 10 en la espalda y rulos al viento como alguna vez tuvo Maradona, fue atado por Eduardo López, “Yo quería hacer cosas típicas de chico y no podía. En inferiores de AFA se descontroló un poco todo. No lo tomaba tan responsablemente. No sentía mucho al fútbol, lo jugaba porque tenía las presiones de mi viejo”, cuenta Billy. Pocos lo entienden porque casi todos hubieran querido estar en su lugar. Pero él tenía otra visión. Las salidas nocturnas de la adolescencia atentaron contra su incipiente carrera; así y todo debutó en 2002 en la Primera de Newell’s de la mano del Negro Julio Zamora.

Tuvo su bautismo por la cuarta fecha del Apertura 02 en el Parque Independencia y anotó el cuarto tanto en la goleada de la Lepra 4-1 ante Talleres de Córdoba. Desde allí tomó consideración en el plantel profesional y se adueñó de la 10 del Sub 17 dirigido por Hugo Tocalli. En 2003 se consagró campeón en el Sudamericano de Bolivia en un equipo que también contaba con Oscar Ustari, Ezequiel Garay, Lautaro Formica, Lucas Biglia, Neri Cardozo, Ariel Cólzera y Hernán Peirone. Era una fija en la lista para el Mundial de la categoría que se disputó en Finlandia (Argentina cayó en semifinales con la España de Cesc Fábregas), pero se privó de acudir a esa cita por una inminente venta al Lugano de Suiza que finalmente se frustró.

Firma de contrato, debut y primer gol como profesional, título con las juveniles de la Selección e inminente transferencia al fútbol europeo. La frutilla del postre fue el arribo de su primer hijo. Fueron demasiadas emociones y cambios repentinos para la humilde vida de un chico de 16 años. “Me tuve que hacer cargo de mis hermanos, que eran rebeldes como yo. Fue una carga para mí, pero quería que mi familia estuviera bien y tuviera lo que necesitaba para vivir. Pensaba en llegar lejos pero para estar bien, no soñaba tanto en grande. Quería ganar plata y lo tomaba como un trabajo, no tenía muchas ambiciones en el fútbol. No lo sentía ni me gustaba y esa falta de pasión me habrá jugado en contra”.

La falta de contención y la enorme cantidad de estímulos que le cayeron de golpe impidieron que madurara y se formara como debía. Así y todo, el Billy confiesa que el fútbol probablemente lo haya salvado de una realidad peor: “Sin haber tenido un sueldo hubiera sido otra cosa. Al no tener un buen estudio por ahí hubiese descarrilado”.

En el plantel era la alternativa a Damián Manso en la creación. En las prácticas se animaba a encarar al Patrón Bermúdez, que un día lo sacó de la cancha por una patada. Él no se achicaba, ya había vivido las difíciles en los potreros de la villa. Ni una pizca de temor le nacía cuando Leonardo Ponzio, que jugaba de 5 para los titulares y lo marcaba, les exigía a sus compañeros que le hicieran sentir el rigor.

Cuando Américo Gallego arregló en Newell’s quedó maravillado con las condiciones de Rodas. Incluso le dio algunos minutos en la derrota 3-2 con River (Clausura 2004) en el Coloso en la que él anotó el último tanto del descuento. El torneo siguiente el Rojinegro fue campeón del Apertura con Ariel Ortega como una de sus figuras y él ni siquiera jugó. Cuentan por Villa Banana que en más de una ocasión el Burrito se codeó en un asado por aquella zona con los amigos del Billy.

Arsenio Ribeca, reemplazante de Gallego, trató de resucitarlo futbolísticamente. No hubo caso. Los asuntos privados lo habían desbordado, las ofertas de clubes europeos se habían extinguido y también el seguimiento de los entrenadores de los seleccionados juveniles.

En 2007 jugó a préstamo seis meses en Tiro Federal y cuando finalizó la cesión también expiró su vínculo con Newell’s. Fue quizás el momento más crítico de su vida: “No quería saber más nada con el fútbol, pero tenía resposabilidades y no sabía hacer otra cosa”. Tras un breve paso por Cúcuta Deportivo de Colombia hizo un acuerdo con El Porvenir, que venía de descender a la Primera C, para jugar allí (siempre y cuando no surgiera una propuesta mejor). El llamado de Javier Torrente, quien lo conocía de Newell’s, para integrarse a Coronel Bolognesi de Perú fue más que una comunicación telefónica. Él lo convenció de continuar ligado al fútbol. Sin tantas presiones y tentaciones a su alrededor, rindió y dejó una buena imagen pese al descenso de su equipo.

Ahí llovieron las ofertas. Sonó en Estados Unidos y Bélgica, pero se inclinó por Deportivo Quito, siempre priorizando lo económico. Sus metas eran claras: explotar sus condiciones como futbolista para augurar bienestar a su círculo íntimo. Ya no había sueños de selección ni de gloria deportiva. En realidad, nunca los había tenido. No existía la ambición dentro del rectángulo verde. Era su trabajo y punto.

Su estadía en Ecuador (2011) lo catapultó al Guizhou Renhe de China, donde firmó por tres años, pero duró solamente unos meses. Se embarcó en esta aventura a Asia junto a su familia, pero al no conseguir una escuela internacional para sus hijos, su esposa regresó antes de lo esperado. La presencia de los españoles Nano y Rafa lo ayudaron, sin embargo, la enorme distancia lo llevó a rescindir su contrato justo antes de que le explotara la cabeza. Terminó otra vez en Huánuco, donde había mermado el buen pasar deportivo y empezó a haber incumplimiento con los pagos. “Me agarraron 5 minutos de locura y dije ‘me voy’. Ahí estuve dos años sin jugar”, recuerda.

Un representante lo llevó al Talleres de Córdoba (2014) que iba a disputar el Federal A. Apenas había tocado la pelota en equipos del campo, semiamateurs. Inició la pretemporada y dejó el club cuando se enteró de que el entrenador, Jorge Ghiso, no lo había pedido como refuerzo ni iba a tenerlo en cuenta. Esta vez el parate había sido mucho más extenso y, cuando pensaba que no iba a volver a ser profesional, Zamora lo invitó a su expedición en el Jorge Wilstermann de Bolivia, donde se consagraron campeones. El dulzor no duró demasiado y volvió a Argentina.

Su última experiencia profesional fue en la segunda división de Perú con la camiseta de Universidad César Vallejo. A fines de 2017 fue suplente en la derrota por penales en el desempate por el ascenso contra Sport Boys. “La verdad, no me gusta para nada el fútbol. Tengo amigos fanáticos y les digo ‘no me hables más de fútbol’. Me cuesta ir a jugar con ellos. Le escapo al fútbol. Ni siquiera lo veo por televisión. Lo único que veo es Newell’s”.

Su experiencia de vida lo motiva a enseñarles a los más jóvenes: “Veo que hay gente que está en el fútbol pero no enseña bien. Los padres ya les meten presión a sus hijos de 5 ó 6 años, quieren que lleguen a Primera para salvarse. Me gustaría guiarlos porque a mí me pasó eso. Por tanta presión quizás el chico llega sin ganas y no quiere saber más nada con el fútbol”.

Su hijo Eliel le pedía consejos y obviamente le preguntaba por la época en la que jugaba con Messi. Gustavo le da algún detalle del Mundialito que compartieron en Balcarce jugando con la camiseta de Newell’s. O algún partido entre las categorías 86 y 87. “No sé si hubiera podido llegar a tanto como Messi, pero no me vuelvo loco, hoy estoy acá y no me arrepiento de nada. Se dio así”, es la conclusión del Billy.

*Los videos fueron publicados en Infobae en 2019

Fuente: telam

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