Martes 6 de Mayo de 2025

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“Alfonsín habilitó la esperanza democrática en la región”: el libro que revive la transición argentina

En “Se va a acabar”, el periodista y escritor Patricio Zunini reconstruye los hitos del retorno democrático hace 41 años, con voces que relatan desde el final de la dictadura hasta el Juicio a las Juntas. El libro digital se puede descargar gratis desde Bajalibros

>“La transición democrática en Argentina fue un milagro cívico que recordó a todos que el pueblo unido tiene el poder de escribir su historia”, escribe Patricio Zunini. Hace 41 años, Argentina dejó atrás la dictadura militar y recuperó la democracia. La Plaza de Mayo se llenó de banderas, lágrimas y esperanza el 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia. Pero el camino hacia ese día no fue lineal. En Se va a acabar. 1983, crónicas de la transición democrática en la Argentina, el periodista y escritor reconstruye el complejo proceso que marcó el final de un régimen y el inicio de un país que empezaba a mirarse de otro modo.

Con testimonios de figuras centrales como Graciela Fernández Meijide, Martín Balza, Ricardo Gil Lavedra y José Ignacio López, el libro ―que se puede descargar gratis de Bajalibros Desde la rendición en Malvinas hasta el Juicio a las Juntas, pasando por la campaña de Alfonsín y el regreso de Mercedes Sosa, Zunini recorre un periodo donde las placas tectónicas de la historia comenzaban a moverse.

En sus páginas, Zunini analiza los grandes hitos y rescata pequeñas historias anónimas que completan el mosaico de la transición. Desde la emblemática pregunta a Videla sobre los desaparecidos hasta el eco de “Se va a acabar, la dictadura militar” coreado en el recital de Charly García, el libro captura el pulso de un país que soñaba con la libertad.

Se va a acabar es, a la vez, una crónica de un pasado complejo y un recordatorio de que la democracia no es un destino alcanzado, sino un proceso que requiere cuidado constante. “Entre el 14 de junio de 1982 y el 10 de diciembre de 1983 pasaron 544 días, en los que la Argentina cambió de piel, un proceso único que marcó el renacimiento de la democracia”, dice Zunini, y agrega: “Alfonsín habilitó la esperanza democrática en la región”. Y escribe.

Entre 1955 y 1973, Jorge Luis Borges estuvo al frente de la Biblioteca Nacional. En esos dieciocho años, ambos se entrelazaron de tal modo que hoy ya no es posible hablar de uno sin mencionar a la otra. José Clemente, el vicedirector, definió aquella relación con una frase perfecta: Borges es la metáfora de la Biblioteca.

La campaña de Alfonsín no fue la de un candidato, sino la de un sistema de gobierno. Hay una serie de hechos que dan cuenta de su rol docente; voy a tomar uno: el discurso de Ferro el 30 de septiembre del 83, un mes antes de las elecciones. Es un discurso crucial por muchos motivos. La Unión Cívica Radical no tenía tantos afiliados como el peronismo, las encuestas no les eran favorables y hasta los militares preferían que ganara Luder.

“Todos los argentinos comprendemos que no estamos en estos momentos viviendo las circunstancias de una campaña común”, dijo. “Cada uno de nosotros sabe que no se trata solamente de consagrar una fórmula. Todos sabemos que de lo que en realidad se trata es de saber si los argentinos podemos realmente superar esta etapa de decadencia, superar esta inmoralidad que se ha enseñoreado en nuestra sociedad y transitar juntos un largo camino de paz y prosperidad”.

Esa noche volvió a darle la autoridad al pueblo: “Los candidatos se someten a elecciones y a veces ganan y a veces pierden”, dijo. También explicó los tres niveles de responsabilidad que iba a usar para juzgar a los militares, distinguiendo a los que tomaron la decisión, de los que cayeron en excesos y los que cumplieron órdenes.

Y cerró con una convocatoria a todo el arco político para consolidar un gran acuerdo nacional. “Los radicales ya estamos en la marcha”, dijo, “y al frente de nuestra columna van: Alem, Yrigoyen, Pueyrredón, Sabattini y Lebensohn, Larralde, Balbín, Illia. Los que estén a nuestra derecha pueden inspirarse, si lo desean, en Sáenz Peña o en Pellegrini; los demócratas progresistas, en Luciano Molina o en Lisandro de la Torre; los socialistas, en Juan B. Justo o Alfredo Palacios; los peronistas, en Perón o en Evita. Pero ¡juntos, los argentinos, para terminar con la dictadura! Es la marcha nueva de los argentinos”.

—Frente a esa rabia —dice Graciela Fernández Meijide— los jóvenes radicales eligieron la consigna “Somos la vida”.

En julio de 1981 los cinco partidos mayoritarios —el Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical, el Partido Intransigente, la Federación Demócrata Cristiana y el Movimiento de Integración y Desarrollo— constituyeron una coalición Multipartidaria con el objetivo de forzar la salida a la dictadura.

“Damos por iniciada la etapa de transición hacia la democracia”, decían en un primer comunicado que, sin embargo, pretendía mostrar una cara conciliadora. En medio de una profunda crisis económica pedían el respeto por las instituciones, a la vez que tácitamente aceptaban dejar atrás los crímenes de la represión ilegal.

La Multipartidaria fue un actor de presión que horadó a los militares con una práctica que aquellos, acostumbrados al verticalismo, no conseguían dominar. Con diálogo, con negociaciones, con “rosca política”, tendieron puentes hacia la Iglesia y los sindicatos, y apoyaron las grandes movilizaciones, como la “marcha del hambre” del obispo de Quilmes, Jorge Novak, y la multitudinaria peregrinación a San Cayetano que convocó la CGT. Esa marcha fue en noviembre: un mes después, Roberto Viola era removido de la presidencia.

Sin embargo, y a pesar de que siguió en funciones hasta 1983, la coalición se partió en tres durante la Guerra de Malvinas. El ala más conservadora, liderada por el radical Carlos Contín, decía que había que suspender las demandas y respaldar con firmeza la intervención armada.

Finalmente, había un sector más bien minoritario que se encolumnaba detrás de Raúl Alfonsín y que no sólo mantenía las exigencias por llegar a la democracia, sino que se oponían a la acción militar. Alfonsín fue una de las voces más críticas del despliegue militar. En medio del exitismo general decía en Clarín que había que expulsar a la Junta y entregar el gobierno a un presidente civil —él proponía a Arturo Illia— acompañado por un gabinete de salvación nacional. “Que el 2 de abril sea la fecha que marque el punto final de la decadencia nacional”.

La rendición cambió el escenario. Bignone asumió el 1 de julio de 1982 y dijo que iba a habilitar las actividades de los partidos políticos —prohibidas desde 1976—, pero los días pasaban y el decreto no salía. Mientras tanto, Alfonsín jugaba fuerte. Él entendía que la derrota en Malvinas podía tener dos resultados posibles: la apertura democrática o la exacerbación del autoritarismo. Y, como no quería volver atrás, tenía que plantear una partida doble. Primero, había que instalar a la UCR como la única opción para terminar con la dictadura. Y luego, tenía que instalarse él mismo como la única opción dentro del partido.

QUE NOS DEVUELVAN EL PAIS

CONVOCA YA A LA JUVENTUD PARA

HABLA RAÚL ALFONSIN

Desarrollo industrial / Justicia Social / Impedir el continuismo

VIERNES 16, 19.30 HORAS

La FAB era un gran escenario; el segundo después del Luna Park. Los días previos, unos cien militantes de la Juventud Radical repartieron volantes a pesar del riesgo de que los levantara la policía. Con la prohibición todavía vigente, las normas imponían hasta dos años de cárcel. Así y todo, ese día la gente superó la capacidad del estadio y hubo que conseguir parlantes para los que se habían quedado afuera. Diario Popular dijo al día siguiente que se habían congregado unas diez mil personas. Muchos nunca habían tomado parte en actividades políticas.

La gente tomaba toda la calle Castro Barros, desde Don Bosco hasta Rivadavia. La policía no sabía cómo proceder; estaba claro que la situación los sobrepasaba. Lo único que atinaron a hacer fue desviar el tránsito de Rivadavia. Y, entonces, de apuro, Bignone firmó el decreto. Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade usan una metáfora pugilística en Ahora Alfonsín, acorde con el lugar del acto: luego de seis años, tres meses y diecinueve días, la dictadura tiraba la toalla.

Alfonsín habló de libertad, de institucionalidad, de compromiso, del involucramiento de la juventud. Lo que dijo fue importante, pero lo más importante fue el gesto. Rodeado de correligionarios, sindicalistas y Madres de Plaza de Mayo, había marcado el principio del fin.

—¿En qué momento te diste cuenta que ganaba Alfonsín?

—Sacó el 52 por ciento.

—¿Cómo se dividen las responsabilidades del Juicio entre Alfonsín y Strassera?

El que tuvo el coraje de decir: “Esto no se puede barrer debajo de la alfombra” fue Alfonsín. Después hubo muchas circunstancias afortunadas para que el Juicio pudiera hacerse. Primero el Congreso, modificó la estrategia inicial de Alfonsín; después la Cámara, porque si no nos abocábamos tampoco había juicio; después la CONADEP, que hizo un aporte extraordinario en la manera de recolección de evidencias. También el modo en que se organizó un juicio descomunal, que se hizo en catorce meses.

El 30 de octubre de 1983, a excepción de La Nación, que lacónicamente titulaba: “Se elegirá hoy en todo el país a las autoridades constitucionales”, las tapas de los diarios mostraban un ánimo vivaz.

La Voz: “Victoria del pueblo”.

Ese mismo día, el periodista Daniel Cecchini le preguntó a Alfonsín qué significaba haber llegado hasta ese momento. La respuesta fue inmediata: “El comienzo de cien años de democracia”. Alfonsín asumió la presidencia pensando nada menos que en refundar la Nación. ¿Acaso no lo consiguió?

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